lunes, enero 10

.Magic

Cuando cierro los ojos, todavía tengo la impresión de estar ahí. Caminando por la calle, triste, bajo la lluvia de tontos, nombre curioso que me enseñaste tú. Mis pasos llevaban un objetivo, al fin y al cabo, no se me abría ocurrido salir de casa sola a esas horas sin tener un sitio a donde ir. Tú eras mi destino. Iba a buscarte, necesitaba estar con alguien, sentirme protegida para no tener la necesidad de llorar que llevaba persiguiéndome toda la tarde. Llegué demasiado pronto, tenía tanta prisa por salir de casa que no me molesté en mirar el reloj, y tuve que esperar un buen rato a que salieras. Lo bueno fue que me abrazaras al verme, porque eso hizo que sintiera que no me iba a romper en pedacitos, que tenía gente como tú a mi lado dispuesta a ayudarme a soportar mi pena. Caminamos, no recuerdo muy bien en que momento me soltaste, pero sé que cuando vimos a tu padre a lo lejos ya no me abrazabas. Se unió a nosotros y seguimos nuestros pasos en su compañía. Pensé que te irías con él, en un momento tuve miedo de que nisiquiera te despidieras de mí, pero él se fue y tú te quedaste conmigo. Te di un beso en la mejilla, sólo uno, te dije que si te daba el otro te irías, y me iba a sentir tan vacía sin ti que, realmente, no quería que eso sucediera. Dijiste que me acompañarías a casa, y hacia allí guiamos nuestros pasos. Tal vez te resulte raro pero no soy capaz de ordenar y describir lo que pasó entonces. Yo sólo sé que te apoyaste contra la pared y dijiste que tu mochila no se caería aunque te limitaras a mantenerla entre tu cuerpo y la pared. Yo te debía un beso en la frente, un beso que no me habías dejado darte la tarde anterior, y un millón de gracias. Besaste mi frente y te agachaste para que yo pudiera besar también la tuya y, entonces, en vez de separarme de ti apoyé mi frente en tu frente y te miré directamente a los ojos. Allí, estoy casi segura, fue dónde comenzó todo. Tus ojos me miraban fijamente y esa mirada bajaba en forma de mariposas desde mi garganta hasta mi estómago, las piernas me flaqueaban y sólo podía pensar en ti, en lo cerca que estábamos, en tu mirada profunda, una mirada que parecía el lugar perfecto, la gran maravilla del mundo... Y no pude aguantarlo, mi corazón iba a mil por hora, mis ojos estaban hipnotizados por los tuyos y me aparté de ti. Por miedo, por la intensidad del momento, no lo sé, pero al ver tu cara no pude evitar arrepentirme de haberme alejado, no sabía que ocurriría pero, en ese momento, me di cuenta de que, fuera lo que fuese, yo lo deseaba. Me acerqué y volví a apoyar mi frente en tu frente y a sentir tu mirada y mis piernas temblaron a la par que mi corazón y tú reaccionaste, te acercaste, me besaste. Cerré los ojos, mi lugar feliz, el momento más bonito del día, la primera sonrisa de verdad. Ese beso, lento, increíble, ingénuo, dulce, descarado, peleón, maravilloso. Y los otros, y ese adiós, esa mano que temblaba tanto que no era capaz de meter la llave en la cerradura. Y tú, y yo. Fue esa la primera vez que pensé en ti. Y, ¿sabes qué es lo verdaderamente increíble? ¿Sabes cuál fue la razón por la que supe que todo tenía sentido? Estabas tan concentrado en lo que había pasado que se te olvidó que llevabas mochila, que no tenías las asas puestas y que, si te alejabas de la pared, la mochila se caería. Y, sí, la mochila se calló.

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